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© 2010 Fernando Peregrina

EL CEREZO DEL “TÍO MARCELINO”



Arcos, un día cualquiera; podría ser por San Juan. La mañana está fresca, el cielo azul y se respira el silencio, con permiso de los gorriones que están a lo suyo.

Un prejubilado madruga porque los triglicéridos y el colesterol acechan. Sale de casa para cumplir con la etapa oficial de cada día; Arcos,Tejar, Arcos.

Se encamina hacia el Barrio Nuevo, pasando por el pirulí de la Telefónica(que feo) hasta llegar a la Plaza del Tostadero, ¿te acuerdas del lavadero?. Va dejando atrás las casas y el antiguo muladar, hoy convertido en parking de huertanos evolucionados y comodones.

En su caminata, le vigila San Isidro; a la izquierda siempre los huertos, cada vez con más cebada y cada vez con menos tomates. A la derecha, siempre el cerro con sus pinos, ¡coño, los han podado!. Dobla la curva del cementerio flanqueado por guindos y nuestro San Blas.

De repente, aparece ante sus ojos: provocador, tozudo, descolocado, recio, imperturbable, intemporal, nuestro: EL CEREZO DEL “TÍO MARCELINO”; vigilando la vega, oteando los Picones, señalando el camino para salir de nuestro pueblo, saludando a la diáspora veraneante/compradora.

¿Cuántos años tendrá? ¿Cuánto fruto habrá dado? ¿Cuántas cuadrillas de chicotes habremos robado o intentado robar sus exquisitas cerezas de viña? Siempre vigilado por el tió Marcelino mientras vivió; resulta inexplicable cómo podía estar a la vez debajo del cerezo y pesando espliego en el frontón del Lagar.

Lo que queda de la arrogancia y esbeltez del cerezo en sus años mozos, es un tronco a modo de columna con dos ramas secas enmarañando el cielo y unos brotes verdes de no más de metro y medio, que todas las primaveras se despiertan y nos regalan sus cerezas. Este año 37, bueno 36 que me he comido una.

Testigo ha sido de labradores y mulas acarreando la cosecha. Testigo ha sido de carros repletos de remolacha y panizo. Testigo ha sido de la ida y venida los lunes de paisanos de otros pueblos a negociar con el trueque en el mercado. Testigo ha sido de las primeras cosechadoras. Y testigo es de los viejos de Arcos que con más afición que necesidad, con más ilusión que correas, pasan con sus cubos llenos de tomates y de pepinos(por cierto los calabacines por más que se regalan, nunca se acaban).

Hoy, que podría ser una mañana por San Juan, los coches pasan a toda velocidad pisando su escasa sombra. No te miran. No reparan en tu silencio; sólo unas mujeres fieles al paseo diario en el buen tiempo y un prejubilado andarín, se detienen un momento, te miran y………..siguen su paseo mientras les viene a la cabeza que ha merecido la pena ser de aquí, seguir aquí y……….formar parte de ESTO.

 

















































 

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